Definición de proceso según autores

Definición de proceso según autores

Todo cambia. A veces lo notamos, a veces no, pero el cambio está ahí. El agua se convierte en vapor, una idea en palabra, un pensamiento en acción. Y, aunque no siempre lo llamemos por su nombre, cada una de esas transformaciones es parte de algo más grande: un proceso.

Comprender qué es un proceso es, en cierta forma, entender cómo funciona la vida. No es solo una definición técnica. Es una forma de mirar el mundo, de reconocer que nada surge de la nada. Todo sigue un camino, un orden, una secuencia… incluso el caos tiene estructura si se observa con cuidado.

Definición de proceso según autores

A continuación, te voy a compartir la definición de proceso según diferentes autores para que tengas la base necesaria para que puedas llegar a formular tu propia definición de proceso. Espero que te sea de utilidad.

Definición de proceso según Richard B. Chase, F. Robert Jacobs y Nicholas J. Aquilano

«Un proceso se refiere a una parte cualquiera de una organización que toma insumos y los transforma en productos que, según espera, tendrán un valor más alto para ella que los insumos originales» (p. 160)

Definición de proceso según Lee Krajewski y Larry Ritzman

«Cualquier actividad o grupo de actividades en las que se transforman uno o más insumos para obtener uno o más productos para los clientes» (p. 4)

Definición de proceso según Idalberto Chiavenato

«Proceso es un conjunto de actividades estructura­ das y destinadas a dar por resultado un producto específico para un determinado cliente o mercado. Es una ordenación específica de las actividades de traba­jo en el tiempo y en el espacio, con un comienzo, un fin, y entradas y salidas claramente identificadas. El proceso se entiende como, una serie de actividades que proveen valor a un cliente» (P. 187).

Explicación de que es un proceso

Un proceso puede entenderse, de manera general, como un conjunto de actividades o etapas relacionadas entre sí, mediante las cuales algo —una materia, una información o incluso una situación— se transforma y adquiere una forma diferente o un valor mayor. Es, en esencia, la manera en que las cosas cambian, paso a paso, hasta llegar a un resultado.

Dicho así puede sonar técnico, pero en realidad los procesos están en todas partes.
Cuando un estudiante asimila un nuevo conocimiento, cuando una empresa convierte recursos en servicios o cuando el cuerpo repara una herida, todo eso ocurre a través de procesos.
Hay una lógica, aunque a veces no la veamos con claridad. Cada etapa prepara la siguiente, y el resultado final depende de la conexión entre ellas.

Los procesos no son estáticos. Se ajustan, se corrigen, se repiten.
A veces parecen lineales, otras se ramifican o retroceden. Y, sin embargo, mantienen un hilo conductor: la intención de generar una transformación con sentido.

Por eso, un proceso no solo describe qué se hace, sino cómo se hace y por qué se hace así. Estudiarlo permite entender de qué manera ocurren los cambios, identificar fallas, mejorar resultados y, en última instancia, dar coherencia al movimiento que genera todo progreso.

Características esenciales de un proceso

Hablar de las características de un proceso es hablar de aquello que lo mantiene vivo y coherente.
Un proceso no es solo una secuencia de pasos en una hoja; es una estructura que cambia, que se ajusta según lo que sucede dentro y fuera de ella. Detrás de cada acción bien organizada, hay una serie de elementos que le dan forma, ritmo y propósito.

A continuación, te voy a hablar sobre algunas de las características de los procesos.

1. Secuencia lógica de actividades

Todo proceso tiene un orden. No un orden rígido, sino una secuencia que guarda sentido.
Cada paso prepara al siguiente y depende del anterior, como las piezas de un engranaje que solo funciona si todas giran en su momento justo. A veces el orden puede modificarse o repetirse, pero nunca pierde su lógica interna. Es esa coherencia la que permite que el proceso avance con dirección, sin perder el rumbo en el intento.

2. Entradas y salidas

Ningún proceso parte de la nada. Siempre recibe algo —una entrada—, lo transforma, y luego entrega un resultado —una salida—. Lo que entra puede ser materia prima, información, energía o incluso una idea. Lo que sale, en cambio, es el producto final: algo que cambió de forma o de valor. Sin esa relación entre lo que entra y lo que sale, no habría forma de medir ni entender lo que ocurre dentro.

3. Transformación

Aquí está la esencia de todo proceso: el cambio. Durante su desarrollo, las entradas se modifican, se combinan o se refinan hasta volverse algo diferente. A veces la transformación es visible, como en una línea de producción; otras, es invisible, como cuando el conocimiento se convierte en comprensión. Pero sin ese cambio real, no hay proceso. Solo movimiento sin propósito.

4. Propósito definido

Un proceso no existe porque sí. Tiene un motivo, una dirección. Cada etapa se orienta hacia un objetivo concreto: fabricar un producto, resolver un problema, aprender algo nuevo o mejorar una experiencia. Ese propósito es lo que le da sentido a la secuencia. Sin él, el proceso se vuelve mecánico, vacío, como caminar sin saber hacia dónde.

5. Interrelación de elementos

Dentro de todo proceso intervienen personas, recursos, decisiones y métodos. Nada actúa por separado. Cada parte afecta a las demás, y el equilibrio depende de esa conexión constante. Un error pequeño en un punto puede alterar todo el resultado. Por eso, entender cómo se relacionan los elementos no es un detalle técnico: es comprender la red que sostiene el proceso.

6. Continuidad y retroalimentación

Un proceso no termina con un resultado. Se repite, se corrige, se ajusta. Cada vez que se lleva a cabo, deja información que ayuda a mejorarlo la próxima vez. Esa retroalimentación —esa capacidad de aprender de sí mismo— es lo que hace que los procesos evolucionen. Al fin y al cabo, lo que no se revisa se estanca.

Ejemplo cotidiano de proceso

Imagina que preparas una taza de café por la mañana. Parece una acción simple, pero si la observas con ojos administrativos, descubrirás un proceso completo:

  1. Entrada: agua, café molido, energía eléctrica, tiempo.
  2. Actividades: calentar agua, medir el café, colocarlo en la cafetera, esperar.
  3. Salida: una taza lista, caliente y aromática.

Si cambias la secuencia o los recursos, el resultado se altera. Eso mismo ocurre en una empresa: un pequeño desajuste en un proceso puede afectar el producto final o incluso la satisfacción del cliente.

La importancia de un proceso con respecto a la productividad

Hablar de productividad es hablar de la relación entre lo que hacemos y lo que logramos.
A simple vista parece sencillo, pero detrás de cada resultado hay una estructura que lo sostiene: los procesos. Sin ellos, el trabajo se vuelve improvisado, lleno de pasos que se repiten o se contradicen. Con ellos, el esfuerzo encuentra dirección.

Un proceso bien establecido da orden y coherencia al trabajo diario. Permite que cada persona sepa qué tiene que hacer, cuándo hacerlo y qué espera conseguir con ello. Eso no solo reduce los errores, también evita el cansancio innecesario que genera la desorganización. Cuando las tareas se encadenan con sentido, el tiempo se aprovecha mejor y la productividad crece de manera natural, sin forzarla.

La importancia de los procesos también se nota en otro punto: la posibilidad de mejorar. Si algo se hace de la misma forma todos los días, puede medirse, analizarse y perfeccionarse. Sin un proceso, no hay base para comparar ni saber qué falló. Pero cuando las acciones siguen una secuencia definida, es más fácil detectar los puntos débiles y proponer cambios concretos. Ahí es donde la productividad deja de ser un esfuerzo aislado y se convierte en una práctica sostenida.

¿Cómo mejorar un proceso?

Mejorar un proceso no consiste solo en tener la intención de hacerlo mejor. La voluntad es importante, sí, pero se queda corta si no se acompaña de observación, análisis y método. Un proceso no se mejora a ciegas. Se examina, se entiende, y luego se ajusta con cuidado. Es un trabajo más de precisión que de velocidad.

A continuación, te voy a proporcionar algunas ideas que te pueden ayudar para mejorar un proceso:

1. Mapeo de procesos

El mapeo de procesos es una de las formas más efectivas de empezar. Se realiza a través de diagramas de flujo o esquemas que muestran cada paso, cada decisión y cada posible desvío. Al plasmarlo visualmente, las repeticiones y los puntos débiles saltan a la vista. A veces basta con mirar el mapa para descubrir pasos que ya no tienen sentido, o aprobaciones que solo existen “porque siempre se han hecho así”.

Ver el proceso completo en papel o en pantalla ayuda a pensar con más lógica.
Lo convierte en algo tangible. Y, sobre todo, permite entender dónde comienza realmente el trabajo y qué lo hace detenerse.

2. Indicadores o KPI

Una vez que el proceso está mapeado, hace falta medirlo. No se trata de poner números por ponerlos, sino de elegir los que realmente cuentan. Los indicadores clave de desempeño (KPI) son como las señales del tablero de un automóvil: muestran si todo va bien o si algo necesita atención.

El tiempo de entrega, la tasa de errores, los costos o la satisfacción del cliente son ejemplos de datos que revelan la salud del proceso. Sin medición, es difícil saber si una mejora funciona o si solo da la impresión de hacerlo. Medir no es controlar por controlar; es aprender de la realidad para tomar mejores decisiones.

3. Análisis de cuellos de botella

Otro aspecto fundamental es el análisis de cuellos de botella. Se refiere a identificar los puntos donde el flujo se vuelve lento o se interrumpe. A veces es una tarea manual que tarda demasiado, una firma que depende de una sola persona o un sistema que no se actualiza a tiempo. Estos obstáculos no siempre son grandes, pero tienen un impacto desproporcionado.

Detectarlos y corregirlos puede liberar tiempo, energía y recursos sin necesidad de hacer cambios radicales. Un pequeño ajuste en el lugar correcto puede mejorar todo el recorrido del proceso.

4. Círculos de calidad

Ninguna herramienta supera al conocimiento de quienes viven el proceso día a día. Por eso, los círculos de calidad —equipos pequeños que analizan y proponen mejoras desde su propia práctica— siguen siendo una de las estrategias más valiosas. Nadie conoce mejor los problemas que quien los enfrenta todos los días.

Estos grupos no solo generan ideas, también fomentan una cultura de mejora continua. Cuando las personas se sienten escuchadas y participan activamente, los procesos evolucionan de forma natural, sin necesidad de imponer el cambio desde arriba.

Referencias bibliográficas

  • Chase, R. B., Jacobs, F. R., & Aquilano, N. J. (2009). Administración de operaciones: Producción y cadena de suministros (12.ª ed.). McGraw-Hill Interamericana.
  • Krajewski, L. J., Ritzman, L. P., & Malhotra, M. K. (2008). Administración de operaciones: Procesos y cadenas de valor (8.ª ed.). Pearson Educación / Prentice Hall.
  • Chiavenato, I. (2006). Introducción a la teoría general de la administración (7.ª ed.). McGraw-Hill Interamericana.

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